La cooperativa del Lobo
El recuerdo del Gimnasia La Plata campeón del TNA 2000/2001, el elenco conducido por Gonzalo García que quedó en la memoria colectiva por el ascenso pero también por mostrar un juego de conjunto que enamoraba. Cada uno hacía su parte, pensando en el otro y dejando egos a un lado. Una cooperativa basquetbolera que dejó huella.
Resulta difícil fraccionar una parte de la historia, sobre todo de una institución enorme como sin duda es Gimnasia y Esgrima La Plata, club artífice de hechos significativos en el básquet argentino en el transcurrir de los años, con prolífico desempeño en las épocas anteriores a la creación de la Liga Nacional pero también generando mojones en la era posterior al formidable torneo pergeñado por un tal León Najnudel. Todo antes modifica el después indefectiblemente.
Dentro de esas campañas de apellidos formidables, hitos y memorias de héroes en blanco y negro o color, hay un equipo que dejó su huella, no sólo en el amante del básquet del Tripero sino en el seguidor del deporte en general y lo hizo de la manera más sentimental posible, la más romántica y pura, esa que provoca que el pecho se infle de orgullo cada vez que alguien recuerda y dice: “Qué bien que jugaban”.
El diario del lunes mostrará en la versión 2000/2001 del Lobo a un plantel de estrellas, con experiencia y juventud, un entrenador de elite, un extranjero clave para la categoría y un equipo armado para salir campeón. Sin embargo, para llegar a ese periódico que tan fácil es redactar, hubo que recorrer un camino que no fue tan sencillo y los apellidos que hoy suenan indiscutibles no lo eran tanto en ese entonces.
“Gimnasia me dio la chance de dirigir cuando yo venía de una temporada que no había sido buena con San Andrés, en la que peleamos la permanencia ante Sokol. El plantel estaba conformado con la base del equipo subcampeón, que venía de caer en la final ante Tucumán. Repitieron Horvath, Lauro, Bulfoni, López y Storani. Le sumamos a Moravansky y a Delset (sí, el talismán de los ascensos). Quiero recordar al dirigente Ricardo Poggini, al mánager que era Pichi Cerisola y al cuerpo técnico con Fito Pássaro y Manuel Álvarez”, rememora Gonzalo García, quien se adentra en aquellos recuerdos con pasión vívida, como si fuera una imagen tatuada en su memoria.
“Ya estaba fichado Pop Thornton antes de que yo firme, un jugador en teoría desequilibrante para la categoría pero que con el correr del torneo nunca se pudo ajustar al estilo de juego del equipo y quizás por eso tuvimos un rendimiento irregular en buena parte del año, no marcamos diferencia de entrada. Siempre estuvimos en el lote de arriba pero no éramos sólidos”, agrega García.
Con su ficha más importante como piedra en el zapato, Gimnasia estaba en una encrucijada que definiría su futuro. Pero la fortuna estaría de su lado. Lo explica el pivot Roberto López, quien por ese entonces se hacía un nombre a nivel nacional y pasaba de ser el Pollo como se lo conoce en Rosario para ser bautizado como Bebe en el mundo del básquet de Liga: “El TNA no es fácil y nos costó. Veníamos de perder una final y nos habíamos armado para ascender. Los nacionales éramos muy solidarios, se pregonaba el juego de equipo, pero teníamos un extranjero que no pasaba la pelota y eso se sentía. Cuando vino la lesión de Thornton llegó Diego Ricci y ahí el equipo mejoró mucho, jugamos a lo que quería Gonzalo y marcamos una gran diferencia”.
Y López va más allá, se adentra en el legado que dejaron con lo que hacían en el rectángulo: “Lo que muchos recuerdan de ese equipo y del proceso que siguió en la Liga fue lo bien que jugaba el equipo, con la premisa de jugar para el otro, de cada uno cumplir su rol, no pensar en uno sino en el bien del equipo. Por ahí sin tantas figuras estuvimos peleando y le ganamos a equipos más fuertes. Me encuentro con gente y me dicen eso, que se notaba que no había egoísmo”.
“La lesión de Thornton ante Roca y la llegada de Ricci nos dio la fisonomía que deseábamos. Se potenciaron algunos jugadores, jugamos un básquet de alto vuelo y nos encaminamos con tendencia a poder salir campeón”, coincide García, quien relata el recorrido final rumbo al objetivo: “Los playoffs arrancaron contra La Unión de Colón, seguramente el más duro que tuvimos porque nos ganaron en casa y debimos recuperar un juego afuera para cerrar 3 a 2. Después pasamos a San Isidro 3 a 1 y la final fue con Regatas Corrientes, también 3 a 1. Ese equipo fue la base del elenco de Liga que dos temporadas después jugó la final contra Boca”.
La fría estadística, el récord de encuentros ganados o perdidos, la media de puntos de cada jugador, todo carece de valor real en el análisis de este conjunto y se rinden ante la memoria colectiva. Tuky Bulfoni lo explica mejor: “Gimnasia jugaba muy bien, nunca pude volver a integrar un equipo que lo hiciera así y eso que recorrí bastante. Tenía muy buenos compañeros y jugadores que me encantaban. Ahí ascendimos, jugamos la Liga y como muchos extranjeros se fueron por la crisis del país, nos pudimos mostrar”.
Su hermano de vida, Roberto López, lo rubrica: “Lo primero que se me viene a la cabeza sobre ese equipo es la amistad del plantel, lo bien que la pasamos en el club. Fue una alegría enorme ser campeones después del golpe de perder el ascenso el año anterior”.
Coincide Gabriel Moravansky, quien sigue ligado al Lobo desde su puesto en el deporte amateur de la institución: “Ese equipo demostró que el grupo humano es fundamental. Fue parte grande del ascenso porque tanto el cuerpo técnico como los jugadadores éramos muy unidos y eso nos ayudó. A Gonzalo le gusta jugar buen básquet, eso está claro, pero le costó que todos se adaptaran y en el momento justo lo logramos. Con las campañas que hizo después quedó demostrado lo buen técnico que es”.
Moravansky se anima a elegir un partido como su recuerdo top: “Me quedo con el último juego de la final, el cuarto en Corrientes. Veníamos de perder en el tercero porque no lo pudimos cerrar bien. Pero en el cuarto salimos a dejar todo y nos fuimos al entretiempo con ventaja de 30 puntos, jugamos muy bien”.
Vaya si habrán dejado anécdotas, vestigios, si aún hoy es imposible no tenerlos presentes en cada día del devenir en el Polideportivo. Son ejemplo, modelo a seguir. “El club tiene muchos buenos recuerdos de diferentes épocas, pero el campeón del TNA dejó una marca por el juego de equipo y la calidad humana del plantel”, define el símbolo actual, Lisandro Villa.
Y su entrenador César Adriani extiende el concepto: “Fue un grupo y un proceso que generó identidad y mística, que se percibía en el momento y todavía se recuerda. Es el espejo que todos quieren seguir en Gimnasia, una idea rectora que a nuestro modo intentamos imitar. Era efectivo, vistoso y recuerdo que explotaba el Poli para seguirlos”.
El Conejo Adriani era por aquel entonces un colega con gran relación con el asistente Rodolfo Pássaro y admiración por Gonzalo García, de esos entrenadores con estilo propio, ADN registrado. Justamente, el DT de Gimnasia de Comodoro e histórico asistente de la selección argentina, se transporta al pasado y relata su recuerdo preferido: “Tengo grabado el recibimiento que tuvimos de parte de la gente después de ganar el campeonato en Corrientes. Todo el camino del Parque Centenario hasta entrar en la ciudad viendo a la gente con banderas en la calle saludando al micro. Recorrer la calle 4 a paso de hombre, entrar al estadio colmado que estaba esperando al equipo. Es imborrable”.
“Me llena de orgullo y satisfacción haber conseguido el único ascenso que había en juego esa temporada y de esa manera. Orgullo y agradecimiento al club, que me abrió las puertas, me dejó tomar decisiones. Lo recuerdo como un club del que no me tendría que haber ido nunca”, explica García. Y la verdad es que todos y cada uno de ellos siguen allí, en el recuerdo intacto de propios y extraños.
Por David Ferrara.
*David Ferrara fue productor periodístico de las transmisiones televisivas del Torneo Nacional de Ascenso durante diez años. Periodista del diario El Ciudadano de Rosario. Docente en Tea Rosario y en Ieserh Rosario. En Twitter @davidferrara35.