Marcos Delía y la reivindicación del trabajador silencioso
El pivote de 26 años brilló ante Panamá y ratificó que su valor en el equipo es fundamental, sin importar el qué dirán.
”Creo que fue el mejor partido en su historia en la Selección. Defendió, anotó, reboteó, fue agresivo… Estoy muy contento con el trabajo que hizo y se lo dije”.
Una frase de Sergio Hernández no pasa desapercibida después de la contundente victoria de Argentina contra Panamá, en el comienzo de la tercera ventana de Eliminatorias. Es una declaración que se convierte en una caricia. Una caricia genuina que se transforma en reconocimiento. Un reconocimiento que tiene forma de reivindicación para uno de esos trabajadores que, en silencio, se transforma en indispensable.
De Marcos Delía se trata esta historia. Del pivote de 26 años que se metió en la Selección Mayor en 2011 y nunca más la dejó, al punto que es quien más partidos disputó (61) del plantel actual después de Luis Scola. Y eso dato dice mucho, no se lo puede minimizar. Porque nadie debería pensar que el seleccionado es un sitio donde los lugares se regalan, un lugar donde el mérito personal no cuenta para ocupar un puesto.
Delía es de esos jugadores que todo entrenador necesita, porque cumple con lo que el equipo le pide. No, no está para meter 20 puntos y bajar 10 rebotes en todos los partidos porque, simplemente, esa no es su función en la estructura colectiva. Marcos está para cubrir la pintura, para defender y rasparse con los pivotes rivales, para poner cortinas, para respetar los sistemas. Y está, siempre está. Y cumple, siempre en silencio, pero siempre al servicio del equipo, para hacer las cosas que la planilla no muestra.
Su evolución como jugador es clara y consistente. Completó dos años en Europa (Murcia) que le dieron un roce diferente, ese que sólo te brinda la competencia diaria ante los mejores. Potenció su capacidad física y cualidades, y le agregó detalles a un juego que todavía está en desarrollo. Porque no hay que olvidarse que recién tiene 26 años.
Pero claro, Delía tiene una condena que no buscó: haber nacido alto y como una promesa en época de transición post Generación Dorada. Sí, la condena de las odiosas e innecesarias comparaciones. Y en tiempos de redes sociales, de entrenadores de sillón, de críticos detrás de un teclado o un teléfono, el combo es peligroso.
Así y todo, Marcos nunca se dejó llevar. Al contrario, siempre apostó a su receta: trabajar en silencio y cumplir para el equipo. No necesita el lucimiento personal ni números estruendosos para entender que el deber está alcanzado. Así son los que se sacrifican y ponen un granito de arena por el bien colectivo. Y, cada tanto, es bienvenida una reivindicación para este tipo de trabajadores silenciosos.
Fuente: Leandro Fernandez – argentina.basketball