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Mundial 50: el contexto de una gesta épica en Buenos Aires

Festejamos los 70 años del histórico título mundial con notas en cada uno de los pasos de la Selección: hoy por qué el país fue sede, qué países participaron y cómo el equipo aprendió de los errores pasados.

Para conocer un hito, la importancia, la dificultad y profundidad, es necesario conocer el contexto, cómo se llegó y se dio ese evento. Y, por eso, en nuestro primer aporte para recordar el famoso Mundial del 50, nos centramos en aquel contexto, por qué Argentina fue sede de la primera Copa del Mundo, cómo se determinaron los rivales –cinco de América, tres de Europa y el restante de Africa, aunque clasificado desde el Viejo Continente- y de la forma en que nuestra Selección llegó a aquel torneo, cómo aprendió de la experiencia de años anteriores para arribar en el punto justo a ese torneo.

Apenas 16 años tenía la Federación Internacional de Básquet (FIBA se fundó en 1932, con ocho países afiliados) cuando decidió que era hora de organizar el primer Mundial. Renato William Jones, Secretario General del organismo que años antes había estudiado en Springfield con el profesor James Naismith -el mismísimo creador de nuestro deporte-, había notado la gran aceptación del básquet en los Juegos Olímpico de 1948 (23 países) y consideraba que era el nuevo gran paso que se necesitaba para potenciarse era organizar un Mundial, con los mejores del planeta. Fue, entonces, este directivo italiano quien lo impulsó y lo propuso oficialmente en el Congreso de FIBA en 1948. El básquet había sido incluido por primera vez en la órbita olímpica en Berlín 1936 y en Londres había comenzado a tomar la jerarquía y relevancia de un verdadero deporte internacional. Allí quedó claro que era fundamental tener otra competencia donde los principales países se comprometieran a estar presentes y dirimir talentos.

Así fue que, en las reuniones sucesivas, comenzaron a barajarse las posibles sedes para este flamante torneo. La Segunda Guerra había devastado Europa y ese continente estaba descartado. Ningún país podía encargarse. Las miradas, entonces, se posaron en América. En Estados Unidos estaban preocupados por su naciente NBA y ni siquiera le interesaba formar parte de la organización. ¿Por qué no, Argentina?, se preguntaron. El país era uno de los fundadores de FIBA y tenía una buena Selección. Además, en aquella época se erigía como una potencia económica y su presidente, Juan Domingo Perón, apoyaba fuertemente al deporte nacional y había mostrado su compromiso con la organización. Internamente, la decisión estaba tomada por varios motivos. En 1950 se conmemorarían los 100 años de la muerte del General José de San Martín y la idea de oponerle un certamen de importancia a los vecinos brasileños -que albergarían el Mundial de fútbol ese mismo año- resonaba en la mente de nuestros gobernantes. Todas estas razones, externas e internas, conformarían un combo que detonaría en la elección de la Argentina como sede de aquel campeonato.

Después se pasó a la discusión del número de participantes. Primero se decidió que fueran 14 pero, de a poco, ese número perdió quorum por la cantidad de países que desistían y quedó definido en 10. A Argentina, entonces, se sumarían Estados Unidos, Francia y Brasil por ser los tres mejores de los Juegos Olímpicos de Londres; Egipto por ser el campeón de Europa (organizó el Eurobasket en 1949 pese a pertenecer a Africa); Italia y España a partir de su clasificación en el Europeo de Niza 1950; el cupo lo completaban Uruguay, Chile y Perú por ser los tres mejores en el Sudamericano de 1949 –sacando a Argentina y Brasil, ya clasificadas-. Pero los problemas siguieron en los meses sucesivos cuando dos equipos desistieron de competir. Italia se bajó por cuestiones presupuestarias y eso le abrió las puertas de Yugoslavia, el tercero clasificado en el Europeo. Y luego Uruguay declinó su participación por una discordia política-periodística con nuestro país –a varios periodistas se les negó el visado de ingreso-. Su reemplazante resultó Ecuador, invitado tan a último momento que la delegación llegó a jugar el primer partido ante Egipto directamente desde el aeropuerto.

La apertura del Mundial, que tuvo más sedes que el Luna Park (se jugaron partidos en Atenas de La Plata, River y el estadio Norte de Rosario), se dio entre Perú y Yugoslavia y el primer punto en la historia de esta competencia fue anotado por el yugoslavo Nebojsa Popovic, quien casualmente era también el entrenador de aquel grupo. Estados Unidos, como ocurrió hasta el Dream Team de Barcelona 92, no utilizó a sus jugadores NBA, sino que asistió a la cita con Los Chevvies, el equipo de la empresa Denver Chevrolet que había finalizado tercero en la Liga NIBL (National Industrial Basketball League), una competencia que en esos momentos competía con la NBA en jerarquía.

Argentina llegó con ilusión. Y con la íntima convicción de haber aprendido de los errores cometidos en el pasado reciente, tras el 15° puesto en los Juegos de Londres 48 y un magro cuarto lugar en el Sudamericano del 49. “En aquella época, el seleccionado se armaba de la siguiente manera: cinco jugadores del campeón del Torneo Argentino, tres del subcampeón, dos del tercero y solamente dos eran elegidos por el entrenador. Para Londres, entonces, no pude formar el equipo como quería y nos faltó tiempo de preparación. Todo fue un lío, ya que no pudimos contar con los jugadores en tiempo y forma. El que no trabajaba, estudiaba y no a todos les daban permiso para faltar. Fuimos como pudimos, con una preparación escasa, aunque ya veníamos que teníamos una buena base, con Oscar Furlong como la estrella, y realizamos algunos partidos muy buenos, como contra Estados Unidos. Al año siguiente, otra vez de apuros, armamos el equipo para el Sudamericano de Paraguay y no nos fue bien. A nuestra improvisación se sumaron las ansias de los rivales por ganarnos a toda costa, ya que éramos la sensación del momento, y los arbitrajes que nos complicaron todo el torneo, sacándonos a los mejores por faltas… “, le relató Jorge Canavesi a Emilio Gutiérrez, nuestro actual Director Nacional de Básquet Escolar y Universitario hace 14 años.

Canavesi tomó nota de cada problema y puso manos a la obra. Nombró como asistente a Casimiro González Trilla, quien tuvo una gran empatía con los jugadores -terminaron reconociendo su gran valor-, y al preparador físico Jorge Boreau, decisivo con su plan de trabajo. También se consiguieron los permisos de estudio o trabajo para que los jugadores pudieran entrenarse todos los días durante dos meses antes del Mundial. Una preparación que resultó la clave del éxito y será el foco central de nuestra próxima nota, cuando nos acerquemos un paso más hacia el épico título mundial…

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